Las redes sociales constantemente nos están bombardeando con imágenes de mujeres y hombres con cuerpos y rostros perfectos, y esto hace que la comparación de nuestro cuerpo sea más dura y severa. Queremos tener un cuerpo como los que vemos en Instagram, sin el menor esfuerzo, sin reparar en los filtros, poses favorables que usan; y quienes sí tienen cuerpos esculpidos, han llegado a ese resultado a base de disciplina.
Cada vez es más común ver en la calle jóvenes de 17 – 18 años con los labios inyectados, obsesionadas por tener un cuerpo voluptuoso. Y así como en el año 2000 que estaban de moda los cuerpos sumamente delgados, los cánones de belleza van evolucionando, conforme evoluciona la sociedad. Y, por tanto, la moda de los labios carnosos, las orejas con muchas perforaciones, las cinturas diminutas y los glúteos prominentes pasan. Y pasan mucho más rápido de lo que imaginan, conforme van saliendo a la luz las problemáticas que esto puede ocasionar, la piel de las orejas con los años se hace más flácida y se cuelga, hay una gran cantidad de mujeres que se han inyectado labios, pómulos, glúteos con productos baratos y les ha salido muy caro.
Probablemente han escuchado la frase “la belleza cuesta”, pero no solo cuesta por el dinero que hay que invertir con especialistas certificados, cuesta porque se necesita dedicación cuando el dermatólogo te dice que te pongas los tratamientos, porque duele el cuerpo cuando haces ejercicio, porque molesta comer sano cuando todos en tu casa prefieren comer comida chatarra a costa de su salud. Para ser “bello” hay que desarrollar hábitos sanos. Pero el más importante es el hábito de hablarte bonito a ti mismo, a dejar de juzgar tu cuerpo, tu rostro. Si ponemos en una balanza las cosas que te gustan de ti y las que no, estoy segura que la balanza siempre se inclinará a tu favor.
En el gimnasio al que asisto conocí a una niña de 18 años, estábamos esperando que nuestro entrenador se desocupara para que nos platicara sobre la alimentación y los suplementos alimenticios. Ella me platicó que estuvo en entrenamiento 5 meses y logro subir 5 kilos, con una dieta especial, obviamente la felicité y le dije que se veía súper bien. Para mí, ella estaba perfecta, y más para su edad. Yo a los 18 era sumamente delgada, mientras que mis compañeras a la hora de la salida se enrollaban las faldas para que se les vieran las piernas, yo trataba de ocultarlas. Con el tiempo, crecí, y las piernas embarnecieron. Ojalá yo hubiera tenido las piernas que tiene actualmente ella, que obviamente logro con mucha disciplina.
El problema es que aún se sigue viendo al espejo sumamente delgada. Cuando me lo contó, me dio mucha tristeza, porque sé que hay muchas niñas así, por fortuna ella va con una especialista, y tiene unos papás que están atentos a lo que le está pasando.
Y por eso les quiero platicar sobre el Transtorno Dismórfico Corporal, o también llamado “miedo a la fealdad”, que es una obsesión por nuestra imagen corporal, por la belleza y por el afán incansable de alcanzar estándares de perfección según los cánones sociales.
Y es que no digo que no nos preocupemos por nuestra imagen personal, sino que nos cuidemos desde el amor. Que escojamos como inspiración mujeres que amen y cuiden su cuerpo de una manera sana. Comenzar por dejar de seguir a personas que no nos aportan nada positivo.
Este trastorno generalmente inicia en la adolescencia y es más frecuente en las mujeres. Y si nos vamos a la raíz del problema, es importante que cambiemos los cánones de belleza a favor de las mujeres. Y es que somos nosotras quienes tenemos el sartén por el mango, somos nosotras quienes educamos y tenemos la capacidad de educar a niñas y niños que no se juzgan a sí mismos y no señalan de una forma tan severa a los demás. Enseñemos a nuestros hijos a ver lo bonito de las personas, porque así se enseña, con el ejemplo.
Enseñemos que, si no es tu cuerpo, no puedes opinar sobre él; porque cuando se tiene un Trastorno Dismórfico Corporal, un comentario sobre el cuerpo, aunque sea pequeño, duele.